viernes, 17 de mayo de 2013

A contracorriente

Una vez fui a pescar en un río que nunca pensé encontrar. Era un lugar acogedor, con brumas y niebla pero, olía a esperanza y a mar. Pesqué sin pescar. Logré sin buscar. Me recogí la falda del blanco vestido e hice un nudo con ella en mi cintura para evitar mojar las blancas telas. Introduje mis pies en el agua, fría, casi cortante. Avancé pocos metros. Me sentí en medio de una corriente desconocida pero que agradablemente refrescaba mi cuerpo. Puse mis manos en el agua, sin querer atrapar nada, sólo sentir entre mis dedos esa sensación desconocida hasta entonces. En ese río vi nadar espejismos, los cogí por un momento, notando su sensación agridulce. Los cogí y los dejé ir. Pero, en ese instante, acariciando mis dedos se quedó un hermoso pez. Daba vueltas a mi alrededor, bailaba con mis manos, sinuoso, ágil, acariciaba mis muñecas provocándome agradables cosquillas.

Algo se apoderó de mí. Algo nuevo y diferente. En la orilla del río dejé mi inocencia, en la otra ribera dejé las lágrimas que tenía guardadas en un paño de plata. Ese pez, de un color nunca antes descrito, acarició mis tobillos, emanó un brillo de sus aletas, un fulgor que le transformó en un nuevo aire que respirar. Ese destello no daba miedo, ese aire era puro cielo. Entonces me vi capaz de todo. Cogí de ese agua, con mis manos desnudas, las ilusiones y los deseos, las canciones y todos los "peros", y volé muy muy alto.
Crucé el cielo con alas diáfanas, reteniendo en mi corazón la efigie de la vida que mis ojos pintaban. Esas imágenes se marcaban en mi alma, grabándose a fuego en la piedra más fría y castigada. Volé, incansable, hasta la luna más bella y no fue hasta entonces cuando me di cuenta de que estaba ciega. Se me paró la respiración. Creí morir por un momento. Cerré los ojos para no temer al abismo y, al cerrarlos, apareció la realidad ante mis pupilas. Lloré. Incansablemente lloré largas horas hasta que no me quedaron fuerzas.


Ahora sigo caminando río arriba, dañando mis pies remontando el camino y notando bajo mis pies las rocas, hiriendo mi piel con las ramas rotas que viajan en esa corriente. Sólo disfruto el camino, con una sonrisa quebrada, con lágrimas secas en mis mejillas.
No hay duda...Acabé con las alas rotas. Mis manos acarician el agua que ya conocía y estoy buscando, en cada paso, el paraíso.

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